martes, 26 de mayo de 2015

HASTA EL CIELO DE SEVILLA LLORÓ ESA NOCHE


Imagina una película. Miles de fieles dependen de once guerreros. De lo que hagan en 90 minutos. Angustia, emoción, euforia y amor, mucho amor, como cada semana. Pero en esta última había algo más, estaba el tramo final del camino de retorno a casa. No se podía esperar más, había que volver, un año es demasiado tiempo fuera.


Y la vuelta pasaba por esos 90 minutos, se hizo larga la espera, y notabas como tenías el corazón como si acabases de correr una maratón. Esos guerreros fueron recibidos por un batallón enorme que había estado al pie del cañón siempre, en las buenas y aun más en las malas, dando todo el apoyo que sus fuerzas les dejaban dar. 




La hora llegó y la batalla comenzó. Había que ganarla. Era el último paso para ganar la guerra que no debíamos perder. Una guerra en la que jamás debimos entrar y por la que se luchará por no repetir nunca más. Los guerreros salieron al campo de batalla y esos fieles comenzaron a dar su calor durante todo el tiempo, como estaba acostumbrado para que esa victoria solo tuviese dos colores. El verde y el blanco.


Y los guerreros se adelantaron en el terreno, una, dos y tres veces gracias a la complicidad que tienen entre ellos. No se veía el final pero ya habíamos ganado, lo asientos sobraban, no se podía estar sentado. Los minutos pasaban y las lágrimas no se movían de los ojos, se estaba consiguiendo aquello por lo que tanto se había sufrido. Emoción, emoción y más emoción, no cabía más. Hasta el cielo de Sevilla lloró esa noche. La Palmera se inundó de felicidad y Triana confirmó cuales eran los colores de la ciudad.



Ahora queda otra guerra, otra que debe durar toda la eternidad, mantenernos en nuestra casa. Pero hay que velar también porque esa guerra sea lo más bonita posible. Que nos olvidemos del infierno y que las generaciones que llegan conozcan ese sufrimiento únicamente por las historias, que no la vivan nunca. Que lo que se celebre de ahora en adelante sea todo en la División de Oro, que nos olvidemos de lo que es un ascenso.



El Betis es sufrir, porque lo que amas, lo sufres. Pero que suframos por una final, por una clasificación, no por bajar y subir. Se debe acabar el ser un ascensor, a partir de ahora hay que quedarse en lo más alto. El Betis ha de estar a la altura de su hinchada, que es de Champions, ser más grande aún de lo que ya es. Unir la grandeza de sus colores, su historia, su afición y su escudo a la grandeza de lo deportivo. Eso hay que conseguirlo. Y se hará.



Béticos del universo, hemos vuelto a nuestro hogar. Y de aquí no nos va a mover nadie. Porque el Betis, es de Primera y en Primera nos quedaremos.




















Artículo hecho por Ana Gutiérrez Bando (@anita_bando)

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